Nuestro sistema educativo ha estado completamente estático durante muchas décadas ignorando los cambios que ha ido experimentando la sociedad. Afortunadamente, en estos últimos años estamos siendo testigos de nuevas metodologías de aprendizaje en los centros educativos. Hoy por hoy, somos conscientes de la necesidad de cambio debido a la gran transformación tecnológica y los grandes volúmenes de información que todos tenemos a nuestro alcance. Sin embargo, y no entiendo por qué, las leyes de educación se empeñan en introducir cada vez más contenidos curriculares excluyendo una de las grandes áreas olvidadas: LA INTELIGENCIA EMOCIONAL DE LAS PERSONAS. ¿Qué quiero decir con este término tan escuchado pero que, en muchas ocasiones, crea confusión acerca de sus beneficios?
La inteligencia emocional, en primer lugar, implica saber identificar y gestionar tus emociones de forma efectiva. Es decir, no dejarte llevar por la ira o la tristeza. Algo sumamente práctico y necesario en nuestro puesto de trabajo, como padres o simplemente cuando conducimos, ¿Cuántas discusiones evitaríamos si existiera una mejor gestión emocional?
La inteligencia emocional también supone conocer nuestras cualidades y defectos. Tener conciencia de nuestro diálogo interno y de nuestras creencias y ser capaz de cambiarlas cuando será conveniente. ¡Recordad! Nuestro mayor enemigo, en la mayoría de casos, son nuestros pensamientos negativos acerca de nosotros mismos que, finalmente pueden convertirse en bloqueos que nos impiden alcanzar nuestros objetivos.