Estoy convencida que si preguntáramos a la mayoría de padres cual sería su mayor éxito como padres, la respuesta sería “que mis hijos fueran felices”. Sin embargo, en el día a día las cosas que hacemos en torno a ellos, en muchos casos no son coherentes a nuestro deseo. Nos centramos mucho en sus estudios y en su preparación académica, preocupándonos por su futuro. Queremos que aprendan muchas cosas y, por tanto, les apuntamos a una gran variedad de clases extraescolares con el fin de que hablen varios idiomas, toquen algún instrumento y practiquen varios deportes. Además, les compramos muchos juguetes a los pequeños y a los no tan pequeños, un súper smartphone de ultimísima generación y lo último en tecnología para que no les falte de nada.
Respecto a los planes sociales y de ocio suelen tener una agenda muy apretada con muchas fiestas de cumpleaños multitudinarias en las cuales, si ellos son los que celebran su cumpleaños, reciben una infinidad de regalos que en la mayoría de los casos no llegan a disfrutar e incluso ignorar. Reciben TODO aquello que y otros habían pedido y otros tantos regalos más. Es el puro exceso.
Es decir, sin darnos cuenta nos dejamos arrastrar por los excesos de una sociedad consumista, que precisamente no proporciona esa felicidad que cualquier padre querría para su hijo. Tenerlo todo mitiga la ilusión de un niño, pues pierde las ganas de esforzarse y de conseguir las cosas por sus propios méritos. Sin embargo, es fundamental que un niño se sienta capaz de conseguir sus retos y esforzarse por ellos. Ese sentimiento de capacidad le proporcionará, sin lugar a dudas, autoestima y esa felicidad tan ansiada.