LA QUEJA NO ES LA SOLUCIÓN

Todos sabemos o hemos experimentado en algún momento de nuestras vidas, que la queja puede llegar a ser tóxica. ¿A qué me refiero? quejarse en un momento dado puede generarnos placer o alivio instantáneo, incluso actuar como un gran liberador de tensiones. Sin embargo, quejarnos con frecuencia o constantemente puede provocar el efecto opuesto. Puede generarnos emociones de frustración, tristeza, impotencia e ira y eso, llenarnos de toxicidad, y consecuentemente, hacernos sentir malestar psicológico.

En esta situación de confinamiento, de limitación de libertad física, de gran preocupación y para muchos, de crisis económica, es absolutamente entendible que lo primero que aparezca en nosotros sea la queja y que ésta esté en nuestras bocas con mayor prevalencia que en otros momentos. Frases del tipo, “¡Qué difícil es aguantar sin salir de casa!”, “no soporto esta situación de incertidumbre”, “¡no saldremos de esto!, etc. nos pueden ayudar a que las personas con las que convivimos o hablamos empaticen con nosotros y nos escuche y ayuden. No obstante, cuidado, ¡la queja tiene trampa!

En primer lugar, si la queja es intensa y constante puede provocar cambios en nuestro cerebro.  Estudios en neurociencia indican que en el momento en que se produce la queja, el cerebro libera hormonas como noradrenalina, cortisol (hormona del estrés) y adrenalina afectando a su funcionamiento y a las conexiones neuronales.

Por otro lado, la queja nos produce una sensación de indefensión y vulnerabilidad. A su vez, nos hace sentir más débiles y poco capaces. Así, de esta manera, tiende a provocar que tengamos una actitud pasiva, de poca autonomía frente a los problemas o situaciones complicadas. Con tendencia a “echar balones fuera” o atribuir la situación a la mala suerte, impidiéndonos asumir responsabilidad y actuar de forma resolutiva

Por último, la queja puede producir rechazo social y afectar seriamente a las relaciones personales, familiares, laborales y de pareja, pues es agotador oír quejas constantes, nos merman la energía y las ganas.

Es importante que tomemos consciencia de cada vez que nos quejamos y tratar de hacer un ejercicio que, a mí, personalmente, me ayuda mucho. Se trata de disociar, es decir, visualizarte desde fuera, y ver a esa persona (tú mismo/a) que acaba de hablar y quejarse y darte cuenta de cómo la/te estás viendo. Por otra parte, darte cuenta de la emoción que estás sintiendo en el momento exacto que te quejas. Y, por último, tratar de cambiar la queja por otras palabras de aceptación y solución, que sin duda serán más beneficiosas para tu salud psicológica y la de tu entorno.

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